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martes, 20 de abril de 2010

Fines de y la octava

Hola amigos...

Ante todo pediros perdón por el retraso pero estas semanas papi estuvo muy ocupado con la famosa A.E.A.T. y ayudando a la bipe de mi prima Cala en cosas del ordenador, por lo que no he podido usar éste último para lo que de verdad importa… MIS AVENTURAS.

El caso es que tanto tiempo libre me ha dejado tiempo para muchas cosas como el escribir la siguiente entrega de “los cuentos de Pata Torcida”, cosa que os dejaré en seguida para después, al final del post, escribir un breve relato de estos 2 últimos fines de…

Y lo dicho… Mi aventura:

Lazzie

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En éste capítulo, Yogui (Es decir, yo) conocerá a una amiguita muy especial… ¡Disfrutadlo!

VIII) Lazzie

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-¡Tres!- gritó Balto.

Pero, de pronto, antes de que nos diera tiempo a saltar, unos hombres aparecieron tras nosotros, y nos encerraron en una caja. Después, nos lanzaron bruscamente al interior de la serpiente.

Luego con un portazo, cerraron la gran puerta de piel de leopardo. Unos momentos después, volvieron a abrirla, y metieron otro animal, al que no logré ver bien. Volvieron a cerrar el portón.

Todo quedó oscuro y en silencio. A los pocos minutos, la serpiente comenzó a arrastrarse.

Balto no pudo aguantar más…

-¡Maldición! ¡Ese estúpido zorro nos ha engañado! ¡Aquí no viaja ningún ser humano, y menos un millonario como ese Johny Quebrantapiedras! ¡Solo hay polvo y multitud de cajas que transportan trapos y chismes de algún almacén viejo!

-Te equivocas. Este tren también transporta seres vivos como vosotros.

Una preciosa perrita asomó su pequeño rostro que estaba oculto tras una de las cajas. Parecía triste. Estaba descuidada y polvorienta, pero su mirada me cautivó.

Su pelo era suave y sedoso, de un color rubio dorado. Sus ojos eran de un fascinante color azul. Sus orejas rosadas eran lo más bello que en mi vida había visto…

Y su mirada… era una mirada que producía inseguridad, pero amor a la vez… Jamás había sentido eso por nadie, no era una simple atracción como tantas que he tenido en mi vida… Aquello era un sentimiento mucho más transcendente, pero que no puedo explicar, porque ni yo mismo lo entendía…

Sin haberme dado cuenta, aquel vagón, sucio y viejo, había cobrado vida, y diría que se había iluminado.

Todos los animales y seres vivos que allí había, comenzaron a asomar sus hocicos entre las rejas, y, en efecto, ¡una bandada de luciérnagas estaba arrojando luz por doquier!

Los animales, empezaron a moverse y hablar entre ellos.

-¡Increíble! ¿Quién os ha hecho esto?-dije yo, visiblemente preocupado, al verles encerrados como a nosotros.

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Unos extraños pequeños roedores consiguieron salir de su jaula y se aproximaron a mí…

Con su dedo índice señalaron a la pared de aquella estancia, y pude observar un enorme cuadro pintado a mano. El hombre de aquella imagen llevaba un abrigo blanco, de piel de oso. El abrigo estaba adornado con colas de pavos reales en la espalda. En la cabeza, lucía un turbante de piel de serpiente, adornado con colas de mapache y plumas de águila. Sobre el turbante, llevaba una enorme cornamenta de ciervo. Sí, no cabía duda, era el hombre de la foto que Don Raposu nos había enseñado. Pero, ¿por qué iba a hacer un fanático de los animales semejante maldad con ellos?

-¡El gran Amo! ¡El Humano! ¡El Humano-Ciervo! ¡Él es el Amo! ¡Él nos ha hecho esto! -El extraño roedor seguía señalando con su dedo índice a aquel hombre.

-¡Él nos matará! -gritó uno de los ratoncitos.

Entonces, todos ellos empezaron a gritar desesperados.

-¡Pero antes de matarnos él, nos mataremos nosotros! -gritó el más alto de todos, que parecía ser el jefe. Los demás repitieron al unísono:

-¡Sí, antes de matarnos él, nos mataremos nosotros!

Y parecieron dispuestos a tirarse por un agujero de la máquina, de forma que serían aplastados por las ruedas de ésta.

-¡Silencio! ¡Lemi, nadie va a morirse aquí!

La perrita que me había cautivado había hablado, y lo hacía de una forma que inspiraba verdadero respeto.

-¡Llevo más de tres años sobreviviendo como pudiese, y escapando de peores líos que éste! ¡No vamos a morir! ¡Yo me he de ocupar de todos los que estáis aquí, y os aseguro, que escaparemos!

-¿Pero, cómo?-gritó uno de los ratoncitos, que parecían llamarse “leminos”, según oí mencionar.

-¡Fácil!-gritó un pequeño hiperactivo castor-¡Con mis afilados dientes, roeré la celda en la que estoy hasta corroerla, y cuando sea libre, ¡haré lo mismo con todas vuestras jaulas!-y se puso inmediatamente a morder enérgicamente las rejas.

-¡No! ¡Eso no funcionará! Quiero que todos tengamos una organización exacta. Lograremos escapar.

-Permíteme la osadía, pero quisiera saber cómo. ¡Un puñado de animales pequeñajos como vosotros no podría contra todo un ejército de seres humanos, ni siquiera contra dos!-exclamó Balto interrumpiendo la conversación.

-Tú calla -dijo ella -Los perros grandes sois todos igual de prepotentes. Pero perro ladrador, poco mordedor, y para salir de aquí hace falta cerebro, y no fuerza.

Balto pareció herirse en su orgullo, pero a mí, aquella muchacha parecía conquistarme.

-¿Cómo te llamas? -no pude evitar decir.

-Lazzie. Lazzie. Mi nombre es Lazzie.

-Yogui-dije.

Me callé. No sabía qué hacer. Poco después añadí:

-Es un nombre muy bonito. Quiero decir… Lazzie es un bello nombre.

Ella no dijo nada. No parecía dispuesta a iniciar una conversación, y Balto no parecía querer ayudarme.

Así que tuve que volver a hablar:

-¿Por qué os han encerrado aquí? ¿Dónde está tu madre, y tu padre? ¿No tienes dueños? ¡Ellos tendrían que ayudarte!

Lazzie comenzó a sollozar en silencio. Me pareció que la tenue luz de las luciérnagas se iba apagando.

-Lo siento, Lazzie. No era mi intención hacerte sentir triste…

-No, no has sido tú… Es que… no tengo familia.

-Quieres decir… que no tienes dueños… ¿o que no tienes papá ni mamá? Nadie que te cuide… Ni te de un beso por la noches para dormir.

-No conocí a mi padre. Y mi madre falleció.

-Lo siento -dije- Ojalá tuvieses una casa de humanos que te acogieran.

-¿Humanos? ¡No menciones a los humanos! ¡Son seres crueles y despiadados, atroces y brutales, sin sentimientos ni corazón!

-¿Por qué? ¿Qué te hicieron los humanos?

-¿Qué que me hicieron? ¡No tienes ni idea! -y se dio la vuelta.

-¡Por favor! -exclamé- ¡No te enfades! A veces necesitamos a alguien con quien desahogarnos… Cuéntame lo que te ocurrió… Como llegaste aquí… Por favor.

Suspiró.

-Yo nací en Rusia. Sí, puede parecer increíble, pero así es. Me crié en las frías calles de la ciudad de Moscú. Mi madre fue la que siempre se encargó de mí cuando aún era una cachorrita. De eso hace ya mucho tiempo. Recuerdo, que un día, descubrí a un niño que jugaba con un globo. Recuerdo que, me llamó la atención, y corrí y corrí, tras él. De pronto, apareció un hombre elegante, todo ataviado con un gran abrigo negro. El niño le vio y corrió hacia él. Yo me acerqué. Aquel muchacho rogó a su padre que me llevaran a su hogar. Su padre no parecía muy dispuesto, pero finalmente aceptó. Sin embargo, en ese momento, apareció mi mamá. Se dio cuenta de que me querían raptar, y corrió a defenderme. Me cogió del cuello, y comenzó a andar. El niño empezó a berrear y a llorar, gritando y suplicando que su padre hiciese algo para detener a mi madre. Su progenitor dijo que no quería perros en su casa. Entonces, aquel niño consentido y caprichoso, se lanzó contra mí, y comenzó a darme golpes, para que volviese. Mi madre no pude resistir más y mordió al niño. Y él, armó un escándalo aún mayor. Su padre no podía permitir que aquel perro le hiciese aquello a su hijo, así que cogió su navaja, e hirió en el cuello a mi mamá. ¡Ella solo quería defenderme!.

Ya era demasiado tarde. Aquel sanguinario hombre, había matado a mi madre. Me cogieron en cuello y me llevaron con ellos. Me llevaron a su hogar, España. Estuve allí con ellos durante un año. El chico jugaba conmigo y parecía quererme. Poco a poco, fui olvidándome de mi verdadero pasado, y fui convirtiéndome en un perro domesticado que quería a sus dueños humanos, y se creía uno de ellos.

Un día, el niño cogió un palo, y comenzó a darme una paliza, por simple diversión. Yo aguanté así durante unos meses. Cada tarde, después de llegar de esas cosas a las que llaman “colegios” en dónde se supone, se les enseña a ser “humanos”, se disponía a pegarme y a maltratarme. Un día, decidí escaparme. Así que, traspasé la verja que había en la casa, y me fui. Pero mis desgracias no habían acabado ahí. Al día siguiente, una señora me encontró y me llevó al veterinario. Él, llamó a mi hogar y el padre del niño vino a buscarme. Su hijo, me recibió con una nueva paliza, pero yo no estaba dispuesta a aguantar más. Me rebelé contra él y le ladré. El niño me pegó una patada y se fue. Pero pude oír como su padre y él discutían acerca de mi estancia con ellos. El pequeño chillaba y repetía continuamente que yo no le quería, y que era un estorbo para su vida.

Pero, cierta mañana, el padre me cogió en brazos y me llevó a un parque. Me dejó que correteara y jugueteara un poco. Cuando me cansé, se acercó a mí, y sacó una navaja, la misma con la que había asesinado a mi madre. Todos los recuerdos volvieron a mí. Comprendí lo que quería. Se iba a deshacer de mí. El recuerdo de mi madre me había dejado triste y en pena. Las fuerzas me abandonaron. Caí al prado, y miré a mi amo con ojos suplicantes. Él guardó su navaja. Cogió mi placa y medalla identificativa, y me la quitó. Con una cuerda, me ató un árbol. Acto seguido, dio media vuelta, y se marchó. Me había abandonado. Como conseguí librarme de aquella cuerda es otra historia. Pero aquel día, me di cuenta de quién era. Yo no era un humano. Era un perro, un perro libre que habría de luchar a partir de entonces por sobrevivir, y contra la cruel raza que gobierna este planeta, y esta sociedad. Así pasé los dos últimos años. Luchando por sobrevivir, en el día a día. Esa es toda mi historia -agachó la cabeza.

-Lo siento -fue lo único que dije.

-Nosotros somos un capricho para los humanos. Somos una “moda” en sus vidas. Presumen de nuestras razas y nuestro pedigrí, como si suyo se tratase. Te miman y te consienten. Te hacen creerte algo que no eres, y te hacen creer que ellos te quieren a ti. Pasas unos años muy felices con ellos, mientras dura. Tú les quieres a ellos, a pesar de todo lo que te hagan. No les guardas rencor. Les quieres por encima de todos. Pero ellos a ti no.

-Lo siento de verdad.

Me quedé callado unos instantes, pensativo.

-¡Esperad un momento!

-¿Qué?-dijeron Balto y Lazzie a la vez.

-¡Balto, tú nos puedes sacar de aquí volando! ¡Y así escaparemos!

-¿ Volando? ¿A todos? ¡Eso es imposible! Yogui, creo haberte explicado que si me transformo en un espíritu para ir hasta el cielo, aunque quisiera, no podría llevar conmigo cuerpos materiales, solo cuerpos etéreos. Y no me separaré de vosotros. Sea cuál sea el destino que me aguarde.

-Gracias, Balto -dije.

-Pero -habló Lazzie de repente- ¿Cómo nos iba a sacar volando, ni transformarse en un cuerpo etéreo?

-Balto es un perro de la Luz. Un perro glorificado. Es el Perro de la Aurora Boreal -conté yo, muy orgulloso de mi amigo.

-Con que… además de ser un perro creído, le das motivos para serlo -y Lazzie rió.

Pero a Balto no le sentó nada bien. Notaba que, a diferencia de mí, al que aquella perrita me iba conquistando cada vez más, a Balto le estaba molestando su presencia sin dudarlo. Como uno de esos típicos dramas propios de telenovelas, estaba dividido entre mi mejor amigo, y mi “amada”, aunque todavía no sabía si ella me correspondía también.

De todos modos, le contesté a Lazzie firmemente para defender a Balto.

-Balto no es un perro creído. Él me salvó en numerosas ocasiones.

-Dos -me interrumpió él.

-Bueno, pero me salvó, y a él le debo mi vida. Es mucho más modesto de lo que crees. Pero él es un Perro de la Luz, y no te miento.

Así que, me puse a explicarle con todo lujo de detalles, la historia que Balto me había contado. Lazzie pidió disculpas. A Balto eso pareció conformarle. Aunque no lo suficiente como para cogerle cariño como me lo había cogido a mí. Ojalá algún día ambos se entendieran.

Después, le expliqué por qué estábamos aquí.

-Necesito encontrar a El Señor de los Huesos. Puede que no lo creas, pero así es. Yo, últimamente, ando como tú hace unos años. Perdido en la vida. No sé si mis dueños me quieren, ni si con quien realmente debo estar es con los perros libres. No sé cuál es mi lugar en la vida. Y necesito hallarlo. Espero que El Señor de los Huesos me ayude.

Lazzie se quedó callada.

-Y hay algo más. Si conoces la Leyenda -ella asintió- Lazzie, yo soy el Descendiente de El Señor de los Huesos.

Ella se fijó en mi pata torcida.

-Eres tú -exclamó- Eres tú. Yo siempre he esperado que algún día el Elegido llegase. ¡Tú nos puedes sacar de aquí!

-No, Lazzie. El hecho de que sea el Elegido no quiere decir que sea como El Señor de los Huesos. No soy ningún héroe, ni ningún Dios. No soy quien yo creía que era. Solo soy un vulgar perro, que ha vivido toda su vida ajeno a la Verdad, paseando con sus amigos alegremente sin saber lo que está sucediendo en el mundo con los perros, y nombrando a los humanos “Papá” o “Congénere”. He traicionado a los de mi raza. No merezco que me traten de Elegido.

-Yogui -dijo Lazzie- Si eres el Elegido es porque nos vas a salvar a todos. Lo creas o no es así.

-Lazzie. No voy a poder obrar un milagro. No podré sacaros de aquí.

-¡No te preocupes! ¡Todos juntos tramaremos un plan! Y después, los tres… Tu amigo, tú y yo… Iremos a ver a El Señor de los Huesos a encontrar un sentido a nuestras vidas… ¡No hay can mejor consejero y amigo que el Perro de la Pata Torcida!

-Lazzie, no vamos a poder salir de aquí -decía yo, cada vez más pesimista. Me creía un presuntuoso por haber dicho que era el Descendiente de El Señor de los Huesos. Sentía que no era digno de todos aquellos halagos.

-Además, su malvado padre pretende capturarle y conseguir el Hueso, para así dominar el Mundo Animal. –Alguien se movió en una de las cajas traseras- Y anda pisándonos los talones -aunque era mentira ya que ahora íbamos rumbo a Japón y estábamos totalmente libres de él. Pero estaba claro que Balto pretendía quitársela de encima.

-Bueno, pero si ella quiere venir…

-¡Ni hablar! ¡Es muy peligroso!

-Pero, por favor, Balto…

-¡No! ¡He dicho que no! ¿Queda claro?

Lazzie volvió a agachar su cabecita…

-Yogui. Yo… en realidad… No voy a ver a El Señor de los Huesos para preguntarle quien soy… Ni cuál es mi lugar… Tengo decidido que yo lucharé por la libertad de los Canes…

-Pero… entonces… ¿para qué vas a ver a El Señor de los Huesos? ¿Para qué te ayude a luchar? ¿Para pedirle Consejo?

-No, Yogui… Yo… Estoy enferma. Una garrapata ha enfermado mi cuerpo. Si no consigo que El Señor de los Huesos me salve; y muy pronto, dentro de unos días, estaré muerta. Por eso necesito ir a verle -siguió con su pequeña cabecita agachada- Pero, si me consideráis un estorbo, no os preocupéis por mí. Me las ingeniaré para ir yo sola. Espero que nos veamos en la Ciudad Perdida de los Canes.

-Lo siento, Lazzie. ¡No tenía ni idea! ¡Te ayudaremos! ¡Claro que sí! ¿Verdad, Balto?

-Genial, definitivamente, me he convertido en niñera. Ahora tendré que cargar con esta guardería ambulante que tengo encima –murmuró- Pero, siendo tu situación esa, querida mía, no me veo en derecho de dejarte desamparada. Claro que vendrás con nosotros -sonrió a Lazzie.

-¡Gracias, de veras!

-No nos des las gracias -dijo Balto- Sería demasiado cruel dejarte aquí. Aunque, ganas, tengo, la verdad -guiñó a Lazzie amistosamente un ojo.

-Me equivoqué contigo, Balto. Eres un gran perro. Vosotros, sois como una familia para mí. Y hace mucho que no puedo disfrutar una -lloró en silencio- Echo mucho de menos a mi amada madre, Kasih. En una antigua lengua, significa Amor. Recuerdo, que ella siempre me decía que saldríamos adelante, pasase lo que pasase. Vivíamos en las calles de Moscú, y no es fácil sobrevivir allí. Siempre me hablaba de mi querida abuelita. Yo nunca la conocí, pero la echaba de menos tanto como mi mamá. Ella decía que mi abuela era una gran perrita, y que estaría orgullosa de mí.

-Si no es mucho preguntar, ¿cómo murió tu abuela? -dije curioso.

-¡Murió a causa de la crueldad y el egoísmo humano! Encariñarme con aquellos sucios seres humanos fue traicionar mis principios, y ahora estoy totalmente arrepentida de ello. ¡Algún día, vengaré a mi madre y a mi abuelita, y los perros nos libraremos por fin de las personas, para siempre! -estaba dolida, pero a la vez, enfadada, furiosa y rabiosa- Mi madre me decía que, a diferencia de otras razas, solo los perros buenos de corazón que hagan algo para cambiar el mundo, conseguirán un alma. Kasih, decía que mi abuela lo había hecho, y que por eso siempre estaría viva en mí. Me decía, que me parecía mucho a ella. Siempre me contó, que mi abuelita vivía en las estrellas, y que me observaba desde ellas. Yo trataba de verla, pero solo veía millones de pequeños puntitos en el cielo azul de la noche. Antes de dormir, todas las noches, me contaba siempre esa historia, y me cantaba una bella nana, que su madre le cantaba a ella cuando era pequeña. La recuerdo con toda claridad:

La niña duerme, bajo el azul del cielo,

Y sueña con las doradas estrellas.

Aquella que más brilla, su abuelita,

La quiere para ella.

Todos los animales del vagón escuchaban con melancolía a Lazzie. Su poesía les hacía llorar, y les hacía pensar en sus seres queridos, que ahora tanto les debían añorar.

-Caramba, Lazzie. Es… precioso. Me encanta. De verdad.

-Gracias, pero yo no la he compuesto. El mérito es de mi abuelita. Ojalá la hubiera conocido. Había de ser una perrita maravillosa. Mi sueño es conocerla. Si es cierto que mi abuela consiguió un alma, tal vez El Señor de los Huesos, me ayude a conocerla.

-Ya, pero para encontrar a El Señor de los Huesos, hemos de salir de aquí -insinué yo.

Lazzie se levantó. Todos estábamos dispuestos a escapar.

-¡De acuerdo! ¡Lograremos salir!

Todos gritaron a coro “¡Lograremos salir!”.

-Yo creo que lo que hay que hacer, es tirarse por las grietas que tiene el vagón. Así conseguiremos escapar -dijo el Jefe Lemino, dispuesto a suicidarse, de nuevo, tirándose por uno de los agujeritos que tenía aquella “sala”.

-Por favor, Lemi. No cometa ninguna estupidez. Si se tira por ahí no conseguirá salir con vida. El tren está en marcha, y de seguro morirá aplastado por alguna de sus ruedas.

-¿Tren?-dije.

-Sí, tren. Una enorme máquina alargada que se mueve y que puede transportar tanto mercancías como seres vivos. ¿Qué pensabas? ¿Que era una gigantesca serpiente que hacía un extraño ruido, y que transportaba incansable a cientos de viajeros?

Preferí no contestar.

Pero Lazzie siguió hablando.

-Escuchadme todos. ¡Reunión Especial!

Todos se dispusieron a prestarle atención.

-El plan que ya llevaba tiempo trabajando, ha conseguido por fin tomar forma en mi mente.

-¡Bravo! -vitoreamos todos.

-Pero necesitaré la colaboración de todos y cada uno de los aquí cautivos. Ahora escuchadme con atención. Cuando esos hombres vengan a cogernos para llevarnos a la Mansión del Humano Johny Quebrantapiedras, vosotros, Leminos, que sois los únicos capaces de atravesar los barrotes de estas jaulas, os lanzaréis sobre ellos, y uno de vosotros, no me importa cuál, les arrebatará las llaves de la jaula. ¿Queda claro?

-¡Yo lo haré porque yo soy el jefe y el más alto, además! -gritó Lemi.

-¡Pero yo soy el más pequeño y por eso lo haré!

-¡Pues yo soy el más viejo!

-¡Y yo el más gordo!

-¡Y yo el que más ciego está!

-¡Pues yo sé pelar patatas!

Y todos los Leminos comenzaron a discutir.

Pero Lazzie no parecía muy dispuesta a aguantar semejante discusión estúpida.

-¡Se acabó! ¡Ya que no sabéis organizaros como es debido lo hará el que yo diga y ya está! ¡Lo hará el más gordo!

-Siempre dije que ser gordo era buena para la salud, y bueno para tener suerte, jo jo -presumió el Lemino Gordo.

-Bueno, prestáis atención, ¿o no? -ladró Lazzie- Escuchad, una vez que el Lemino Gordo haya atrapado las llaves, lanzará las llaves a la celda del Sabio Señor Babuino, aquí presente -miró a Don Nyani El Babuino, el cual estaba apoyado sobre un viejo cayado- Ya que tiene unas buenas manos y unos ágiles dedos para manejar tal instrumento. Él cual abrirá la pequeña caja en la que está encerrado el pobre Señor Mende, un rapidísimo Escarabajo Tigre que puede alcanzar los diez kilómetros por hora, con tan solo su pequeño tamaño. Él servirá de “ganzúa” para abrir todas las jaulas en las que nos hayamos encerrados, tan veloz como el viento. Después, el Señor Chimpancé, se ocupará de atar con la cuerda que aquí está abandonada -miró hacia una gran cuerda en medio de la sala- a los humanos que vengan. Entonces, les meteremos con su ayuda y la del Señor Babuino Nyani, en la jaula en que yo me hayo encerrada, una jaula con espacio para una pequeña culebra, para que así aprendan que con nosotros, los animales, no se juega.

-¡Viva! -volvimos a vitorear.

De pronto, notamos como las puertas se abrían lentamente.

-¡Leminos, preparaos! -le dio tiempo a decir a Lazzie.

Las puertas se abrieron de par en par.

Pero, aquellos humanos, solo tuvieron tiempo de ver como unas pequeñas criaturas se abalanzaban sobre ellos, y una de estas criaturas, la más gorda, les arrebataba las llaves de las jaulas.

Pero, cuando el Lemino Gordo las tuvo en sus manos, tropezó, y las llaves se deslizaron hasta la rendija por la que hacía unos momentos se había intentado tirar junto con sus compañeros.

Así que, todos los Leminos se precipitaron hasta las llaves, dejando sin vigilancia a los humanos. Al fin, uno de ellos consiguió coger las llaves, y echó en cara al Lemino Gordo su torpeza.

-¡Por eso tenía que haber sido yo! -dijo- ¡El único Lemino que diferencia los melocotones de las nectarinas!

Pero, con tanta distracción, no se habían dado cuenta de que los humanos, se habían abalanzado sobre ellos. Por suerte, los pequeños animalitos consiguieron lanzar el preciado instrumento metálico hasta la celda del Babuino, que empezó a probar todas las palancas que había en el manojo de llaves.

Pasado un buen rato, al fin, consiguió abrir las puertas, pero, al conseguir salir… Dos hombres le estaban esperando.

Le arrebataron las llaves, le volvieron a meter dentro de su jaula, y cargaron todas las celdas, en una especie de trenes, ahora que ya sé cómo se llaman, pero más pequeños, y al aire libre.

Oí murmurar a Lazzie sollozando…

-Malditos humanos. Algún día vengaré a mi madre. Algún día lo haré.

Me sentí con la necesidad de ayudarla. Pero no pude hacer nada, al menos en ese momento. Pues nos separaron.

Cerré los ojos, y dormí al calor de Balto, muy triste. Cuando volví a abrirlos, me encontré frente a frente, con una colosal máquina, más grande incluso que el tren. Esta también tenía forma alargada. Pero parecía más un cocodrilo que una serpiente. Era de un color blanco rojizo.

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De pronto, alguien cogió la caja en donde nos encontrábamos Balto y yo, y nos lanzó bruscamente a una especie de mecanismo, repleto de maletas. Subíamos y bajábamos, y dábamos vueltas sin poder hacer nada para evitarlo.

-Balto, tengo miedo.

-No temas, Yogui. Yo aún sigo aquí para ayudarte.

Me arrimé a Balto.

-¿A dónde nos conducen?

-No lo sé. Pero te prometo que voy a hacer todo lo que esté en mi pata, para que salgamos de aquí, y podamos ir a ver a El Señor de los Huesos.

-Balto, ¿rescatarás también a Lazzie, para que venga con nosotros?

-Sí, pequeño, sí. Pero ahora duerme. No sé qué ocurrirá mañana, pero sí sé que nos espera un largo día.

Me arrimé más a él. Después de eso, no recuerdo nada más. Creo que me dormí.

Pero mis sueños, no eran sueños. Eran pesadillas. Tenía la sensación de que esa extraña máquina en la que estábamos, se elevaba por los aires, en vez de permanecer viajando a ras de suelo. Soñaba que Lazzie encontraba a su madre. Pero de repente aparecía mi padre, y le secuestraba. Le obligaba a llevarme hasta mí, y como ella se negaba, mi padre la asesinaba de un zarpazo.

Aquellos días estaba viviendo unas sensaciones muy extrañas, sensaciones que nunca antes había vivido. Pero en ese momento, estaba desarrollando un sentimiento muy especial, hacia aquella bondadosa perrita.

CONTINUARÁ…

En cuanto a mis aventuras en Montecerrao… DSC01406A destacar del primer finde del mes que hizo sol… era un buen día para la Prima Vera y muchos amigos nos reunimos en el parque para celebrarlo. Incluso mi querido amigo Teo llegó para saludarnos…

 

DSC01434Por su parte los bipes se lo pasaron chachi con unas “mantecadas” que papi llevó, acompañadas de un delicioso café que hizo el bipe de mi amiga Bimba y que, gustosamente, compartieron con nosotros…

Incluso llegó la bipe de Rufo con chuches para todos…DSC01462 Pero no os cansaré… os dejo las fotos y si queréis ver otros puntos de vista activar los comentarios al verlas…

Sol, mimos y amigos y el siguiente finde... Pues para contaros que apenas sé como van a reaccionar las chicas cuando nos ven ¿os pasa a vosotros lo mismo? ¿y a vosotras con nosotros?. Os lo voy a explicar pero deberéis ver las series de fotos al final que os lo aclararán todo. El caso es que yo quería dar un besito a Pepa y ella primero apartaba su cabeza de mi hocico… para luego rendirse a mis patitas completamente enamorada. Por su parte, Lola –nuestra Cleopatra particular- se acercaba como queriendo escapar, no se muy bien si por miedo o por que ella es así. Tola es de las que “ni contigo ni sin tí”… me ignoró como si yo fuera un extraño y eso que sé que le gusto, por lo que al final  fue Pepa la que se ganó “el piquito”.DSC01584 Jara no quería piquitos… solo cazarme cual conejito. El problema de eso es que uno, al ser tan gentil, acaba mojadito de babas… pero siendo de una chica tan guapa no me importó demasiado. Julia –la otra francesita- no estaba interesada en mi, solo en su pelota y me hizo una demostración del poder de sus mandíbulas y de su capacidad de salto…

DSC01647Y luego tenemos a la nueva Jara… a la que solo le interesan las carreras y, como no, ligar con el mas galán –no soy yo por desgracia para mi- del grupo, mi amigo Otto. El cual, debido a su timidez, prefirió apartarse un poquito de tan  liberal chica…

Bueno, os dejo el resto de las fotos: Chicas

Solo me restan dos tristes noticias…

imageLa peor es decir adiós a mi querida amiga Yuca que ha cruzado el arcoíris hace unos días… Espero que sus bipes ya se encuentren mejor por haber perdido a tan buena amiga.

 imageLa otra mala noticia es que mi novia Tolita está… ¡Con el collar de la vergüenza! por culpa de no se que problema glandular en un sitio innombrable…. Espero que se recupere pronto de tan desagradable enfermedad y que su hermanito Nevado la cuide mucho o me enfadaré con él la próxima vez que le vea.

Espero me hayáis podido perdonar la extensión de este post…

Patitas

Yogui

jueves, 8 de abril de 2010

El capítulo siete desde el Kennel

Pues sí amigos, esta Semanita he estado de retiro perruno, con el permiso de papi –que el muy gandul se marchó sin mi de turismo a comer las médulas de los huesitos y otras exquisiteces- y, la verdad, es que me ha sentado bastante bien…

En el Kennel me han dado suficientes mimos y he jugado con tantos nuevos amigos que no eché en falta la excursión turística de papi… además, me ha dado tiempo para escribir un nuevo capítulo de Los orígenes de los canes que os dejo a continuación…

Séptima entrega de YOGUI: Los Orígenes de los Canes

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Bueno, después del dramón que os he plantado en la entrega anterior… Aquí viene una cómica entrega que espero que os divierta. Siento mucho lo de la última vez, pero los hechos reales que me sucedieron son los hechos y no se pueden cambiar… Aunque…, ¿me creeríais si os digo que en el último capítulo he tenido que censurar alguna cosa para que no os impresionase demasiado.

Patitas, y disfrutad este episodio, que espero, os haga reír.

VII) Rumbo a Japón… No trabes amistad con un zorro

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-¡Volved aquí! ¡Malditos cerdos!-gritaba terriblemente mi padre hecho una furia.

Balto corría y corría, pero mi padre le pisaba los talones.

El bosquejo. Nos estábamos acercando.

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Pero… ¡oh, no! ¡¿Qué era aquello? Un extenso ramaje, tapaba su entrada. Si no frenábamos, chocaríamos contra las ramas, y caeríamos, ¡contra el riachuelo que había debajo!

Balto se había dado cuenta. Pero no podíamos frenar, íbamos demasiado rápido.

Así que, decidió hacer una locura. Me dijo:

-Yogui, agárrate fuerte.

Estaba dispuesto a saltar el ramaje. Pero, si no esquivaba los fornidos árboles que por allí había, podríamos quedar aplastados en uno de ellos.

Entonces, ¡saltó!

Pude ver como subíamos más de trece patas torcidas (más o menos “ocho pies” o “dos metros y medio” para los bipes que estén leyendo) de alto, y aterrizábamos limpiamente en el suelo.

Mi padre no corrió la misma suerte. Sus ojos solo veían odio y vindicta, y no se fijó en aquellas ramas. De modo que chocó contra ellas, y cayó, en el riachuelo que crecía debajo.

Balto y yo, pudimos oír un chapoteo, y supusimos lo que había pasado. Entonces, comenzamos a caminar a paso ligero mientras buscábamos la salida.

Todo en el bosque era tenebroso y oscuro.

Todos los animales que por allí veíamos eran aves y murciélagos, que observaban con amarillos ojos amenazantes. El viento se oía fuertemente, y parecían ser llamadas de espíritus suplicantes.

De pronto, de entre tanta oscuridad, pudimos observar una pequeña luz, ¡era la salida! Estábamos salvados. Mi mamá tenía razón. Entonces, corrimos hacia ella.

Al salir, vimos una pequeña senda de baldosas amarillas en forma de cuesta, que conducía hasta la plaza central del pueblecito de Murias.

Balto y yo, nos dispusimos a bajar.

-Es increíble -repetía indignado Balto- Vas a ver a tu padre amistosamente, con ganas de volver a verle, y él intenta matarte, o lo que es peor, raptarte. Ese maltratador no se merece ningún respeto. ¡Pobre de tu madre! Ojalá consigamos que se vea libre de ese mentecato.

Yo no hablaba, solo escuchaba, estaba demasiado triste y desilusionado. Y aterrorizado.

Cuando conseguimos bajar la senda, Balto me volvió a hablar:

-Quédate aquí. Veré si consigo algo de comer para los dos.

Me eché a esperar en el felpudo de una pastelería. De pronto, una pícara voz pareció hablarme:

-Buenos días, cachorrito Yocki. ¿Qué tal con papi…?

Intenté no escuchar. Pero al final me di la vuelta, y pude ver al zorro con el que antes habíamos estado conversando.

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Era de un aspecto flacucho. Tenía un aspecto descuidado y sucio, con todo el pelo revuelto. Era de un color naranja y rojizo, pero la suciedad que lo cubría hacía parecerlo más marrón de lo que era. Estaba subido al toldo de la pastelería y me miraba con su habitual maliciosa sonrisa.

Le miré triste, sin decir palabra. Él se bajó del toldo y se arrimó a mí:

-¡Oh…! ¡Pero… ¿a qué viene esa cara tan larga? Bueno, bueno. No te preocupes, que no hay nada que un buen pastel no pueda curar… ¿Ves esa señora? -y me señaló a la dependienta que había dentro de la pastelería. Era gorda y de un aspecto serio. -Bueno, ella es muy buena… Te dará todas las tartas que quieras. ¡Le encantan los perros! ¡Anda, entra allá, y anímate! ¡Pega unos cuántos ladridos para que se dé cuenta de tu presencia! -y me dio unos golpecitos suaves en mi hombro (si es que lo tengo).

Y yo, tonto de mí, confié en él, y le hice caso. Entré en la pastelería, y le pedí en mi idioma amablemente a la pastelera un pequeño bizcocho para comer. Ella me miró y se quedó callada unos instantes. Fue arrimándose a la esquina de la pared dónde tenía su escoba, y una vez la tuvo en mano, comenzó a dar alaridos y a perseguirme. Yo salí corriendo como pude, pero ella me persiguió, y no pareció contenta, hasta que, de un escobazo, me lanzó a un cubo de basura.

Salí todo dolorido y magullado, intentando quitarme toda la basura que tenía por el cuerpo, incluido una piel de plátano en la cabeza.

Entonces, miré al zorro enfadado. En ese tiempo, él había aprovechado para zamparse más de una docena de pasteles en tiempo récord, aprovechando que la buena señora pastelera no estaba en la tienda.

Ahora él estaba paseándose gustoso, por encima de un puesto de manzanas, escogiendo las más ácidas, aprovechando que el señor estaba hablando despistado con el heladero de al lado.

El zorro se percató de que yo estaba observándole y me dijo:

-¿Qué…? Hay que sobrevivir de alguna forma… Jo jo… Aunque haya que sacrificar a un hermano para seguir viviendo tú -dijo irónicamente. -Por cierto, ¿por qué no mueves el rabito como todos tus compadres hacen, ¿eh? -y me miró con sorna.

Yo seguí sin moverme.

-A propósito, ¿quieres una manzana? ¡Te refrescará, estoy seguro!

Y estaba dispuesto a lanzármela a la cara, por el simple hecho de divertirse y burlarse de mí, cuando, de repente, alguien lo cogió del rabo y lo dejó suspendido en el aire… ¡Era Balto! Le soltó y Don Raposu cayó al suelo. Balto lo miró despreciativamente y le puso una garra encima.

-¡Tú! –gritó -¡No toques a mi amigo! -le dijo amenazándole con su otra garra.

-¿Yooo? -dijo burlón el zorro, intentando defenderse -¡Jamás! ¡No le pensaba hacer nada! -Balto fue apretándole la garra en el cuello. El zorro tragó saliva -¡Por el Código Animal! ¡Todos somos iguales, nacimos iguales, vivimos iguales, y un día seglemos paglte de la natuglaleza. Igual que tú, heglmano! ¡Pogl favogl, no me hagas daño!

Balto le miró sin compasión. Sin embargo, aflojó la zarpa, para que el zorro pudiese hablar mejor.

-Está bien, está bien. Pero para que te dejemos con vida, tendrás que servirnos de ayuda -dijo Balto haciéndose el interesante delante del zorro.

-¡Ayuda! ¡Claro! Haré lo que queráis. ¡Os traeré la comida durante una semana!

-No se trata de eso, Zorro. Queremos que nos ayudes a hallar el lugar donde reposan los huesos de alguien más.

-¿Qué? -exclamó el zorro.

-¡Queremos que nos ayudes a encontrar la Ciudad Perdida del Hueso! -le expliqué yo.

-¡Ah, cosas de perros, ¿eh?! Pero… dejadme que os explique una cosa… No… soy… un… perro…, ¿entendéis? ¡No sé dónde cuernos está esa Ciudad Perdida, ni ese fiambre!

-¡Pero sólo queremos que nos lleves al lugar dónde está!; ¡nosotros averiguaremos dónde está el lugar! –le miré con ojos suplicantes -No queremos que nos lleves hasta la Ciudad Perdida, sino al lugar dónde está, ¿comprendes?

-¿Sabes cuál es el sitio dónde se esconde la Ciudad Perdida? ¿Por qué no me lo dijiste? -se extrañó Balto.

-Se me olvidó -me avergoncé.

-Bueno, ¿y dónde está? -terminó el zorro.

-En Japón -y mostré una sonrisa triunfal.

-¡¿En Japón?! -se enfureció Balto -¡¿Quieres que vayamos hasta Japón?!

-Bueno… -no sabía por qué me lo decía.

-¡¿Tienes idea de dónde queda eso?! -siguió diciendo Balto.

-No… ¡Pero seguro que cerca!

-Este es el problema de un perro casero… No conoce el mundo ni se ha enfrentado nunca a él. Está acostumbrado a ir en esas cosas a las que los humanos llaman “coche” a los pies de su amo. -Balto suspiró, y después esbozó una leve sonrisa, que terminó en otro suspiro de resignación.

-Bueno, podremos tramar algo, y meternos en un camión, como hicimos la última vez, ¿recuerdas? -intenté calmar un poco la situación.

-¡Japón está tan lejos que ni cien camiones nos podrían llevar hasta allí!

-Oh…

-Ya está. Ya podrá buscar el astuto zorro Don Roposu Artartu o como se llame una solución -Balto parecía desesperado.

-¡Ey, ey, chavales! -dijo el zorro que ya no estaba sujetado por Balto -No todo está perdido. Yo puedo ayudaros -dijo con su sonrisita maliciosa, y, en un intento de mofarse de los perros, comenzó a mover el rabo para parodiar nuestro elegante movimiento de cola.

Pero, de repente, pegó un enorme aullido que rasgó el aire.

Una mojada figura miró hacia el cielo. Era una llamada de alerta.

-Nada, nada -se disculpó el zorro -Tu amiguito -y miró hacia Balto -me ha dejado un tanto dolorido el rabo je je. Nada importante.

-Bien, ¿y cuál es tu brillante solución? -Balto estaba enfadado.

-Fácil.

Ágilmente se subió a la estantería de un kiosco, y cogió un periódico.

-Ya es noticia -abrió el periódico -Que el multimillonario japonés y organizador de cientos de conferencias sobre la protección animal Johny Quebrantapiedras ha venido a Murias, a publicitar su nueva conferencia sobre los animales en peligro de extinción, “Pequeño Corazón Animal”.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Quiero decir, -y se rió, sí, malévolamente -que después de dar discursos por toda España acerca de su proyecto “Pequeño Corazón Animal”, y pasearse por su pueblo, a pesar de que ha vivido toda su vida en Japón, él partirá hoy por la tarde desde esta pequeña villa donde él nació, al país de los Akitas, al Japón, que es precisamente… , dónde queréis ir.

Entonces, nos señaló con su pata una imagen del tal Johny Quebrantapiedras que aparecía en el periódico.

En la foto se mostraba a un hombre obeso, y sonrosado. Mostraba una especie de risita maléfica. Se le podían ver unos enormes dientes, sucios y amarillos. Pero lo más importante, es que todo su cuerpo estaba ataviado… ¡con pieles de animales! Llevaba un abrigo blanco, de piel de oso. Éste estaba adornado con colas de pavos reales en la espalda.

En la cabeza, se podía notar que tenía un tipo de turbante de piel de serpiente, repleto de colas de mapache y plumas de águila. Sobre él, llevaba una cornamenta de ciervo, a modo de adorno.

-No os preocupéis -dijo el zorro de pronto -Todo lo que lleva es falso. Solo es un fanático de los animales ja ja.

-Espero que así sea-dijo Balto, que por primera vez, parecía alucinado de la excentricidad y extravagancia de aquel hombre.

-Bueno, nos vas a ayudar a llegar hasta Japón en el coche de Quebrantapiedras, ¿o no?-le pregunté yo.

-Por supuesto, por supuesto… Pero… necesito pasta… Ya sabéis… Pasta… -e hizo un extraño gesto con los dedos.

El muy cobarde nos estaba chantajeando. Pero, no nos quedaba otro remedio que hacerle caso.

-De acuerdo-Balto estaba malhumorado-Ten.

Le extendió una bolsa de gusanitos que había conseguido.

-No, no, no. No quiero vulgares gusanos, quiero… pasta- y volvió a hacer el mismo gesto.

-Muy bien. Aquí tienes-Balto seguía malhumorado, pero no le quedó más remedio que extenderle una bolsa de macarrones precocinados y un trozo de pizza.

-¡Oh, pasta, me encanta la pasta, adoro la pasta!-Don Raposu se estaba tragando el trozo entero de pizza sin masticar.

Minutos después, una vez que se hubo zampado el trozo entero y comió algunos macarrones, volvió a hablar.

-Muy bien, ahora quiero… cocido. Jo jo-y repitió el gesto que no sé aún que significa.

Pero Balto no parecía muy dispuesto a seguirle el juego.

Me pidió que le dejase mi abrigo al revés, y fue sacando diferentes cosas, entre las que había comida y cocido. Al Señor Arteru de Arredrayáu se le hacía la boca agua, pero cuál no sería su sorpresa, cuando Balto eligió de todas esas cosas, un cepillo que se movía (eléctrico) y que el zorro nunca había visto. Balto cogió a Don Raposu, lo sujetó de nuevo con una garra, y puso en marcha el cepillo de dientes, que daba vueltas y vueltas, y hacía un ruido infernal. Para el zorro era una máquina de tortura. Así que comenzó a gritar:

-¡De acuerdo! ¡De acuerdo! ¡Hablaré! ¡Hablaré!

Pasaron unos segundos que para el zorro se hicieron interminables, y Balto lo soltó.

En ese momento, Don Raposu Arteru de Arredrayáu, recuperó su chulería, se irguió, y comenzó a hablar:

-De acuerdo. De acuerdo. Os llevaré hasta el lugar donde las grandes serpientes que hacen ruido, transportan incansables a cientos de viajeros.

Sonrió maliciosamente.

-¡En marcha!-El zorro comenzó a andar.

Balto y yo nos miramos el uno al otro, pues no sabíamos lo que aquello quería decir, o si era otra de sus bromas sucias, pero decidimos seguirle…

Caminamos durante horas. Atravesamos bosques y grutas, montañas y montes, de los que el zorro hablaba como “grandes atajos”…

Nunca se me olvidará el momento en que tuvimos que atravesar aquel río…

-¡Ey, amigos, me temo que tendremos que cruzar…!-gritó Don Raposu.

-¡¿El río?! ¡¿Estás loco?!-Balto estaba alucinado.

-No os preocupéis, je je. Haced lo que yo.

De pronto, se subió a un árbol, mordió una pequeña rama con sus afilados dientes y la arrancó de cuajo. La tiró al río, y saltó sobre ella. De otro salto, había conseguido atravesar el torrente.

Balto arrancó una enorme rama, y, aunque inseguro, la lanzó al río. Me cogió del cuello y nos subimos a ella. Nos tambaleamos, pero, finalmente, conseguimos llegar a la otra orilla. Claro que, no salí de aquella calentito y seco. Estaba empapado y echando chorros de agua.

Si bien antes poco podía ver de forma positiva, “nada” era la palabra que describía lo que ahora veía de esa forma. Así que, para intentar entretenerme mientras continuábamos nuestra travesía, me puse a pensar en palabras que empezasen por “p”, en honor al nombre de mi especie, “perro”.

Pero ni siquiera eso logró animarme. Solo me salían palabras negativas. Primero pensé en “Perverso”, después en “Púa”, y, en la palabra “Pérfido”. Y otras palabras que no se pueden ni mencionar. Era terrible. Ahora me doy cuenta de que hay palabras mucho más bonitas, que aquel día no podía ver, tales como “Paz”, “Pan”, la misma “Positivo”, “Próvido”, e incluso “Pluscuamperfecto”, que aún no sé lo que significa pero lo averiguaré.

Estaba yo con estos menesteres, cuando de pronto, el zorro apartó un gran arbusto que no nos permitía ver nada, se dio la vuelta y nos dijo:

-¡Bienvenidos a Mieres!

Miré hacia abajo, pues estábamos en una pequeña montaña, y pude ver el movimiento acostumbrado en la ciudad en la que yo siempre había vivido. Ruido de motores, de pitidos, gritos de personas… Aquello, efectivamente, era la ciudad.

-Bien -dijo Balto-y ahora, ¿cómo podremos ir hasta Japón? ¿Dónde está ese Johny Quebrantapiedras?

-Tranquilo, chaval. Tranquilo… A partir de aquí, el camino es sencillo. No necesitaréis que os acompañe.

-¿Cómo? ¿Nos dejas, tramposo animal? -Balto estaba a punto de sacar el cepillo de dientes.

-No os abandono. Tranquilos. Os vigilaré desde aquí arriba hasta que vea que os metéis en el lugar adecuado -se rió- En cuánto bajéis de este monte, habréis de cruzar la calle. Una vez que lo hagáis, encontraréis delante de vosotros un gran edificio de color granate. Arregláoslas para entrar. Haced lo que os plazca. Vuestra cabeza no está tan hueca como aparenta -y me dio unos golpes en el cráneo, para ver como sonaba. Luego, prosiguió -Una vez entréis allí, habréis entrado en la estación. Allí os encontraréis con multitudes de serpientes ruidosas y gigantes, y pasajeros humanos esperando a subirse a ellas. Habréis de escoger la serpiente más grande de todas. La roja. ¿Queda claro? ¿Alguna pregunta? -nadie contestó -Venga, pues id largándoos. Esa serpiente os conducirá hasta Japón. -Bajó el tono de voz -Pero no tenéis ni idea de lo que os espera allí -Volvió a subirlo -¡Adiós, compañeros! -Nosotros fuimos yéndonos.

-Y esta es una de las ocasiones, en las que se pone a prueba la astucia del Zorro, y de Don Raposu Arteru de Arredrayáu, el más astuto de los Zorros. ¡Que les sirva de lección a los demás! ¡Con los zorros hay que tener cuidado! ¡Esos estúpidos acaban de emprender un viaje… del que no regresarán… ¡Hacia la Muerte! ¡Ja ja ja!

Pero el aunque muy astuto, desafortunado Don Raposu, no había notado que una oscura figura se le había ido aproximando poco a poco. La figura le cogió del cuello en un ataque sorpresa y le lanzó al suelo.

-¡Idiota! ¿Y ahora cómo podré meterme en el tren sin ser descubierto? ¡Me prometiste que me los traerías, y solo has conseguido que no pueda alcanzarles aún! ¡Imbécil!

Hizo ademán de apretar su zarpa contra el cuello, y de clavarle sus afiladas uñas en él.

Unas gotas de sangre salpicaron el tronco de un árbol cercano.

-Bien, Balto. ¿Tienes algún plan para entrar ahí?

Balto y yo nos habíamos parado frente a la entrada del edificio de color granate del que nos había hablado el zorro.

-No sé -Balto estaba pensativo -Tú sígueme la corriente -y me guiñó un ojo.

Una niña en un carrito de coche con su muñeca se aproximaba junto con su padre y su madre al edificio.

-Cógele la muñeca y lánzasela a ese señor con barba del maletín -dijo Balto rápidamente.

-¿Qué? ¿A quién? ¿Por qué?

-¡Tú haz lo que te digo!

-Está bien…

Con un gesto veloz, le arrebaté la muñeca a la niña y se la lancé a la cara del señor con barbas y un maletín que Balto me había dicho.

La niña comenzó a gritar: “¡Mi mumeca! ¡Mi mumeca! ¡Mi Bie-Bar! ¡Bie-Bar!”

Fue increíble pero aquella “chavalina inocente” se lanzó contra el señor que tenía su querida muñeca Bie-Bar, y empezó a tirarle de las barbas.

-“¡Tu me la as bobado! ¡Ladón! ¡Ladón! ¡Tu me la as bobado! ¡Devuélveme a mi Bie-Bar! ¡Ladón!

Pero el señor, intentando defenderse, lo que hizo fue empezar a pegar maletinazos a diestra y siniestra, con tal pulso que dio a todos los que estaban en el edificio. Así que las dos señoritas que estaban en recepción, tuvieron que ir a calmar la situación, pero también fueron víctimas de la niña y de su mal humor, que estaba tirando de los pelos a todo el que pasaba por allí.

En menos de dos minutos, en aquella sala se había armado un alboroto que no hubiese sido yo capaz de armar en un día.

-¡Ahora! -dijo Balto.

Y los dos entramos muy dignos en el edificio, sin que nadie nos detuviera.

Segundos después un enorme perro entró en el lugar.

La situación se había calmado un poco, así que una encargada se dio cuenta de la presencia del perro, y, después de peinarse un poco, se dirigió a él.

-¡Ey, perrito! ¡Fush, fush! ¡Largo! ¡Vete de aquí!- decía mientras movía el brazo.

Pero no le dio tiempo a decir mucho más, porque el perro lanzó un estruendoso rugido, y se abalanzó sobre ella.

En ese momento Balto y yo nos paseábamos por la cafetería, buscando aquellas serpientes.

Entonces, nos percatamos de la presencia de unas puertas de cristal. Decidimos traspasarlas.

Efectivamente, tras ellas, estábamos en una especie de parking de serpientes al aire libre. Aquellas cosas eran unas enormes máquinas alargadas, que emitían ruido y hacían “Chucu-chucu-chucu-chucu-chu-chu-chu”. Recordé haberlas visto en algunas películas de mis falsos padres, en esas películas de Vaqueros, Indios, Desiertos, o como ellos lo llaman: “Oeste Americano”.

Ambos, Balto y yo, estábamos un poco confusos, pues no sabíamos distinguir el rojo. Pero al fin nos detuvimos ante una enorme máquina que nos pareció el más grande.

A diferencia de los demás, éste tenía las puertas en forma triangular, y solo se podía entrar por la parte de atrás, que tenía una especie de tapa que se abría y se cerraba. Debía pertenecer a Johny Quebrantapiedras. A lo mejor, aquel Johny Quebrantapiedras era tan excéntrico que hasta quería tener un tipo de “Serpientes especiales”, diferentes a las demás.

La tapa estaba recubierta de piel de leopardo, naranja con manchas negras. En aquel momento, estaba abierta, y la “Serpiente”, lista para marchar.

Bien -dijo Balto -A la de tres, saltaremos a la Máquina, ¿de acuerdo?

Uno, dos, y….

CONTINUARÁ…

Espero que os haya gustado, patitas para tod@s

Yogui

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